IN
MEMORIAM PIER PAOLO
PASOLINI:
PETRÓLEO
DE CLAUDIO GRANAROLI
La obra de Claudio Granaroli, como el título
de una de sus últimas propuestas, constituye una serie de paisajes inquietantes: aspira, sin medias tintas, a inquietar.
Porque es preciso esparcir inquieta semilla de pensamiento, aun en el eclipse
de las certezas; injertar ramas resistentes en los agostados arbustos de
nuestras desoladas campas; conseguir que arraigue, apenas enterrado, el rizoma
de alguna negación activa.
Y entre estos paisajes, resuelto eco de la no
aceptación pasoliniana, óleo de piedra, Petróleo:
una suerte de descarnificado retablo de solo tres cuerpos, una teoría informal
de blancos y negros y grises (el gris: el color que sustenta la piedra, en
palabras de Jorge Oteiza) y, traza de un crimen inscrita en el tríptico, centro y culmen de una representación
fatalmente sacra, un roción de sangre, de rojo sanguino –sobre una hacina de
urgentes trazos negros que manchan lo blanco: inevitable pensar en un muro, en
murales quizás y en sus expresionistas, abstractas secuelas: en Jakson Pollok,
en Lee Krasner, en Antonio Saura… e implícito en ellos, en el origen, el guiño
al picassiano Guernica. Pero el rojo
es Pier Paolo Pasolini, una tumefacción de carne que se empodrecerá en la
liturgia de la muerte: de la que la magmática novela póstuma Petróleo habla, a zaga se diría de su
huella, y que el rastro pintado de Granaroli persigue. Acaso el rojo que el
poeta ve en el Descendimiento del
Pontormo, un rojo de amapolas machacadas “en un ardor de cementerio”.
El espectador que requiere el arte, cualquier
arte, “no es el que se escandaliza, odia, se ríe; el espectador es el que
comprende, aprecia, estima, se apasiona. Entre autor y espectador se establece
una dramática relación democrática entre iguales” –como justo escribiera
Pasolini, herético desertor de tantos seguros cercados vitales e intelectuales,
señalando con el dedo a los custodios del orden, siempre dispuestos a convertirlo
todo en espectáculo: un espectáculo a la medida de la homologación, de la
banalidad, de la planicie mental: el ser humano sometido a toda suerte de
engorde, desposeído de su conciencia pensante y disidente, rebajado de persona
a mecanismo consumidor.
El grito –aun sereno, paradójicamente en voz
baja– jamás acallado de Pasolini debería oírse todavía hoy, quizá hoy más que
nunca, contra la desmesurada mercantilización, la falsa provocación creciente,
la falaz escenificación de tanto yo autorial
autocomplaciente en esta feria global repleta de piezas cual engranajes en la maquinaria del consumo de arte. Un
grito asesinado entre deshechos, como en el Petróleo
de Granaroli, rojo entre el amasijo grisnegruzco.
[... fragmento de Miguel Ángel Cuevas sobre la pintura de Claudio Granaroli ...]
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