Ahí hay un hombre
que dice ¡ay!
Ahí hay un
hombre que dice ¡ay! Trata de una metáfora viva,
pero también visiva ─traída de la mano del flamenco, una de las pocas artes de
tradición oral que nos van quedando y, solo después, de las artes visuales
atentas a su vecindad─, porque alude, esta construcción de frase, este fraseo,
al continuo fluir del grito hacedero, y, sobre todo, nos remite a ese venero
sonoro, fuente de donde mana y corre todo ayeo, toda poesía sin poeta, toda
poesía no del todo silenciosa. Ayeo es palabra que nombra, en su declinar
primero, al grito, la queja; aunque no deba olvidarse, desde este mismo
momento, que la primera condición para la queja es el dolor. Es esto, de veras,
a lo que parece apuntar, Ahí hay un
hombre que dice ¡ay!, a la copla misma, a un cierto cantar en actitud, pero
sin más al flamenco ─al cante, al baile, al toque─, que tiene el secreto de sus
ritmos, que rehúsa la pauta y la norma, que lo hay desde hace siglos y que, sin
embargo, aún no está hecho y empieza a ser de nuevo siempre que alguien lo
entona.
Los artistas aquí reunidos, en Montilla, Casa del
Inca, vienen cultivando, con sobriedad, que es sabor y saber hacer, junto a lo
intempestivo del juego visual frente a las gestualidades, su hallazgo más
logrado; la obra del ritmo, llamada a la alternancia y a la discontinuidad,
probablemente una de las razones que agitan el arte de nuestro tiempo. Sucede
que, para este ir haciendo desde perceptivas diversas, para este quehacer
multidisciplinar, singularidad multiplicable y multiplicada, donde se mezclan
procedimientos e interpretaciones distintas, todo expresivismo visual conduce a
la abstracción del asunto; porque ver, que es oír de otra manera, es el modo en
que los ojos actúan sobre la noción de lo flamenco y la mano lleva al libre
juego de sus desatinos. La resiliencia y la refractariedad de los artistas
convocados, en esta ocasión, persisten en mostrar la ruptura de la tradición,
aunque ello se haga desde la tradición de la ruptura, eso que otros llaman
tradición moderna, esa que ha venido haciendo de las poéticas visuales, en
relación a las artes flamencas, su propio dominio, y en la que cada artista ha
de lograr el gusto que lo aprueba.
Esta muestra reúne, doblemente, este cumplimiento:
de un lado, obra de varia intención, en soportes distintos, marcada por un
expresivismo visual, en el que sorprende la indagación, frente a los diferentes
modos de ver; y, de otro, modos de resolver, en los que la visión
de lo flamenco, parece irse deslizando, entre el azar y la curiosidad
desmandada, pero con una pulcritud, de línea y de concepto, próxima por actual.
Cabe señalar, también, el distinto acercamiento que estos artistas hacen a la
producción reciente de las artes visuales.
Francisco
Lira
Septiembre de 2012
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