martes, 17 de mayo de 2011

La Cabeza a pájaros, texto de Rafael Suárez Plácido.




Óleos leídos, palabras miradas

Me quedo mirando las golondrinas. Son todas diferentes. Si Ramón Gómez de la Serna levantara la cabeza, agradecería que a Isabel Escudero se le haya ocurrido este poemita, y que Tony Soto lo haya plasmado tan bonito en el óleo. La imagen y la palabra. Tony Soto, con los óleos de La cabeza a pájaros, dando forma a los poemas de Isabel Escudero, de su librito Gorrión, migajas…, hermosamente editado por Pre-textos. Dos mujeres distintas, dos lenguajes: una misma manera de crear. Voy mirando la serie de óleos. A veces me demoro en alguno, leo los poemas, en castellano, en inglés. Los poemas trazan con las palabras escenas en movimiento. Tony Soto los traduce al lenguaje de la mancha de color. Adivino maneras de Kandinsky o de Paul Klee. Me voy demorando en algunos cuadros, en los que más me interesan.
Leo el poema Grullas: “Como el ave de paso, / no deja huella, / pero el camino / en el aire queda.” La mancha de colores, el tema del puzzle en las colinas coronadas por el sol, y las grullas. De nuevo varias aves: todas diferentes, buscando su manera peculiar de afrontar el camino. El óleo me recuerda a algunos ilustradores de libros infantiles. Los motivos naif van a ser frecuentes. (Siempre me ha gustado la palabra “naïve”.) Ya lo son también en los poemas, que juegan con el sentido de la voz del niño. El esfuerzo de Tony Soto va a consistir en lograr ese mismo tono, esa mirada del niño inocente que se sorprende con lo que observa, en las imágenes que nos ofrece. No es nada fácil. En este cuadro sí se logra: las colinas de colores diferentes, el sol y el cielo que parecen estar vivos, y las garzas que parecen estar hablando entre sí. La imagen complementa al poema y lo hace más bonito. El poema que presta su título al libro es Gorrión, migajas: “Gorrión, migajas, / apenas si da / para una mirada.” Adivino el esfuerzo del gorrión que trata de arrancar unas migajas de un trozo de pan, mientras sus compañeros lo observan, esperando su turno. Al fondo, apoyados en un muro, hay dos pajaritos que van a lo suyo, como si todo esto de la comida no fuera con ellos. Me quedo con el gorrión de la derecha. De nuevo todos son diferentes, pero este es el más bonito, y parece que avanza hacia la miga de pan con un paso más cansino. Sabe que llegará a tiempo, y está solo. Es diferente y está solo. Me gusta cómo suenan los dos últimos versos en inglés: “You can barely catch / A glance.” Algo más misterioso me parece el que se titula, entre paréntesis, Adivinanza: “Monjas tempraneras, / alzan sus tocas / blancas y negras.” El mismo misterio se deja ver en el óleo. Sobre un fondo cromático que va del amarillo-ocre al azul marino hay cuatro pájaros: tres sobre el suelo, componiendo un triángulo imperfecto, y uno en una rama. Dos de ellos parece que miran al mismo sitio, a la derecha, uno hacia abajo y el cuarto a la izquierda. Es difícil dar esa sensación de misterio con tan pocos medios pero se consigue: la desnudez del lugar ayuda a ello. Los pájaros van tomando su sitio para dar equilibrio al fondo. Esa es la sensación que tengo tras ver estos óleos. El tema no son los pájaros, no solamente, sino el color, la composición. El misterio está en la postura y la mirada del ave.
“Que nadie la oiga, / a la alondra / ¡qué le importa!” El tema de este poema es la soledad. También lo es el tema del cuadro. Sobre un fondo extraño y hermoso logrado con tonos verdes, la alondra descansa sobre una rama de espinos. Y mira hacia el sitio del que procede la luz. La alondra está sola, por eso nadie la oye. En el cuadro no se ve la música, pero sí se ve la soledad. En la luz, en el verde, en las espinas. Este es otro de los cuadros que más me gusta. No es fácil hacer abstracciones con figuras. Tony Soto lo hace. Aparentemente hay algo y si miras el cuadro atentamente está ahí. Pero lentamente va surgiendo el tema que va más allá. Los dos últimos cuadros son los que más me gustan. En uno de ellos, las líneas rojas y azules van marcando los bordes de las teselas de un mural. Se cruzan aparentemente sin orden y van formando manchas de colores vivos: amarillos, verdes y grises. Lo que termina de darle forma al fondo son los dos ruiseñores, que también son distintos. Arriba el macho, perfectamente acabado, cuidado el plumaje con todo detalle, canta para atraer a la hembra que, inacabada, lo mira con admiración. El poema dice: “Amarilla la voz / con la que a sus parientes / llama el ruiseñor.” La niña es la que escribe porque cuando ve la escena, tal como está dibujada, no sabe que el ruiseñor de abajo sea la hembra. Quizá tampoco sepa que el de arriba sea el macho. También es una niña la que dibuja una escena entre colores que le gustan donde una de las aves canta y la otra escucha a la primera. Pero los que vemos el cuadro y leemos el poema sabemos que el canto del ruiseñor no atrae a sus parientes, sino a la hembra a la que quiere poseer. Es difícil para un adulto crear como lo haría un niño. Hay que conocer mucho del mundo y de los extraños modos en que nos comportamos. ¿Cuándo deja el niño de ser un niño? Cuando empieza a aprender. ¿Cuándo puede volver a escribir o a pintar con la mirada del niño? Cuando renuncia a lo aprendido. Pero nunca podemos renunciar a todo. Vuelvo al principio. Vuelvo al cuadro de las golondrinas sobre el pentagrama eléctrico. Los mismos tonos grises del fondo del cuadro anterior separados por tres líneas que, una vez más, no sabríamos qué son si no es por las golondrinas que están posadas sobre ellas. Miro los versos: “¡Qué música tan fina! / En el pentagrama eléctrico, / las golondrinas.” Y leo el cuadro: las golondrinas, todas diferentes entre sí, que parece que están en una charla animada de mañana de domingo. Porque los versos de Isabel Escudero se pueden mirar, como hace Tony Soto, con la mirada deconstructiva de una niña inocente que ya se niega a seguir aprendiendo cosas inútiles, y los óleos de Tony Soto se pueden leer (no es lo importante el idioma, pero suenan muy bien en inglés) como los niños que algún día aspiramos a volver a poder ser. Estos días todo es más difícil, pero sabemos que el mundo puede volver a ser hermoso.
       Rafael Suárez Plácido


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