lunes, 23 de mayo de 2011

La cabeza a pájaros, texto de Francisco Lira

Prorrogada la exposición hasta el 20 de Junio.






VER CON LOS OÍDOS Y OÍR CON LOS OJOS
La forma se ve. La palabra se oye. La verdad se entiende. La poesía se sobreentiende. Diversos modos de sentir y de padecer. El que no siente ni padece es el que no ve, ni oye, ni entiende ni sobreentiende; el tonto del cuento que no pudo aprender a temblar. Nos dejó dicho el poeta José Bergamín, en Arte de temblar.
De oír con los ojos y ver con los oídos es de lo que se trata… A la forma primitiva producida por el gesto, a la maraña lineal, a la discontinuidad del ritmo, a la trama geométrica, a la forma plana sin razón representativa se ha añadido una materia de fondo rica en figuración. Esto sucede, también, en la pintura sobre tela a que invitamos: donde un abstractismo figurativo instintivamente abierto, y basado en la alternancia y la discontinuidad, junto a lo alegre en el uso de la variación de color y una misma visión informal, se ha convertido en el modo elegido por la pintora Tony Soto, para esta alígera gestualidad de marcado carácter simbólico, que cabe señalar tanto de saludable factura, cuanto de cuidada pulcritud. Esta colección de óleos, elaborados con acertada mano, sobre soporte de lino, presentada en un formato medio y que la artista ha dado en llamar La cabeza a pájaros, trata de una bien seriada gradación de figuraciones para los ojos, que aparecen estrechamente ligadas a una exigente por decidida apuesta visiva: de un lado, fijar la austeridad de la pincelada en su sobriedad; y, de otro, el logro desmandado del color en su derramada expresión.
Conviene no olvidar del todo que, ya desde un primer momento -y a modo de la emoción poética encontrada en Gorrión, migajas…, obra de Isabel Escudero-, de estas piezas que ahora se exhiben, parece importar bastante: de una parte, la luz, el vuelo, la figura de los pájaros, el elaborar la obra con un expresivismo en el que sorprende la indagación frente a los diversos modos de ver el asunto; y, de otra, los modos de resolver en los que, la visión imaginante, parece irse deslizando entre el azar y la curiosidad desmandada, con una unidad de concepto próxima y actual. La pintura (poesía silenciosa) puede ser, unas veces, ocasional, no del todo pensada, rápida, impetuosa; otras, acaso, imprevista, irregular, sin razón; otras, sin más, incisiva y ágil, sutil y quieta; otras, también, serena, suave y dulce; porque las pinceladas parecen tener su propia densidad, su propio peso. Desde La cabeza a pájaros, desde estas metáforas aladas, abiertamente se nos invita a ver, a insistir tras una visión vibrante, desasosegada y recogida a un tiempo; visión que, de otro modo, en sucesión de encuentros, facilita una aproximación a modos de resolver no siempre del todo explorados.
Abunda, Tony Soto, con esmerado celo, junto a la obra del color, que es la sensualidad de la pintura, en la obra del gesto y su composición, acaso el empeño más logrado de esta artista-pintora. En esta operación abstractizante de manchar por mediación del estilema, el hallazgo no es otro que la expresión visual de la queja y razón del corazón común, hallada en la poesía tradicional anónima, poesía sin poeta, que late en los referidos versos de Isabel Escudero; el término último el color, y, dentro de éste, la fijación del asunto. No sé si, desde las astucias de ver, las ocurrencias de mirar puedan ir más lejos, pero sucede que los ojos prosiguen su tarea cuando la mirada se detiene.
Estos pájaros sobre tela son el modo en que los ojos disponen el libre juego de ver, el trazo de color, y la forma desencadenante. Abundan, las pinturas de la serie La cabeza a pájaros, en hacer ver que la materia posee su propia ambigüedad, no sólo que ella sea conducida por quien ose desmandar los elementos rítmicos. Estas metáforas para los ojos, tienen a bien acercarnos a una poética visual, poética de visualidad concreta, en tanto apuntan aquello que atina a ser visto como logradas abstracciones, porque lo más abstracto es lo más concreto. Serie de pinceladas paralelas, alternantes, en círculos no exactamente regulares, un cuidadoso esmero por la mancha, el gusto por las emociones visuales, la desmandada mediación del oficio: son algunos de los rasgos que reposan, como quien no quiere la cosa, en cada uno de estos pájaros en la cabeza. Es de este modo que parece se va haciendo La cabeza a pájaros: de un lado, entre variaciones de color y empastes, prontos y azares, en replegar y fijar el vuelo, en encuadrar las escenas; de otro, en ir registrando en cortes asimétricos, en disponer la línea y la sugestión del movimiento junto al mero uso del color en consonancia, así trascurre este ir jugando con la frescura de ver, cuya elaboración como arte es la tarea que tenemos ante los ojos.
Hay ocasiones en que, en el momento mismo de asignar el mero uso estético del color, la mano sufre una incontenible necesidad de derramarse, acusando desatinos que sorprenden nuestros ojos. Esto sucede en esta gozosa cetrería de metáforas visuales que son estas visiones pájaras, donde lo efímero del color se hace búsqueda sin fin. La cabeza a pájaros se acerca bastante a la poética de la emoción visual. La composición no requiere explicitarse demasiado, porque necesariamente está sujeta a la inmediatez de la escena, y nos remite a un mundo que no es el de la experiencia pictórica, sino el que la propia indagación se ha encargado de decidir. Estas metáforas suscitan, sobre las texturas que desarrollan, algunas cuestiones tocantes a pintura y poesía. Nadie sospecha acaso el sensualismo que le deparan estos óleos, suaves y tersos, a pesar de la consonancia del color y la acabada combinatoria de sus planos. En ellos, se van entretejiendo, sin esfuerzo aparente, atinadas consideraciones acerca del ritmo del color, el vaivén de la luz, la fugacidad de la línea, la hermosura de la sombra y la abstracción contemporánea.
De entre estas pinturas recogidas en La cabeza a pájaros, la mancha surge a partir de una serie de intuiciones que van de la observación al registro de lo observado (del poema oído al poema visto), de la insistencia de ver a su difuminada persistencia en la retina, y de esta frágil visualidad a la concreción de lo pintado. La figuración, reveladora de la materia, hace pensar que aquello que se está viendo, al fin y al cabo, no es más que un poema visual, un poema pictórico. En esta serie, Tony Soto, recurre a los procedimientos del óleo sobre tela, para fijar la turbación del color, cuestionando así el orden de pintar y el orden de la pintura en que se fundan las nociones de composición y color; limitándose a la incitación visual según las exigencias de la composición interna de la pintura, dejando del lado de quien ve la función de cerrar las cavilaciones posibles o las interpretaciones derivadas. 
Hay, en estas metáforas pájaras, una decidida apuesta por recuperar la frescura en los modos de ver, por lograr el primor mismo de la mancha en el soporte; además, se dan trazas de buena hechura por unidad de línea y de concepto. De entre estas visualidades, hay alguna que toca vivamente la herida de los ojos, pero también la sensualidad, el goce sosegado que hace hablar a aquello que se ve.

Francisco Lira

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